domingo, 3 de noviembre de 2013

He votado por Justin Bieber como Artista del año en los YouTube Music Aw...

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viernes, 14 de septiembre de 2012

¡Alto!

Nada de capítulo 7 hasta ver el trailer de la novela.
La explicación está en la descripción del vídeo en Youtube.
Gracias por verlo.

martes, 4 de septiembre de 2012

Recuerdos de la felicidad. Capítulo 6 - Choques inesperados.

Iba recorriendo las calles buscando sonrisas, miradas, felicidad. Me era casi imposible descifrar la expresión de cada persona que pasaba por mi lado, casi todos se cubrían con sus paraguas, algunos coloridos, otros menos alegres, escondiendo sus facciones como si no mereciera la pena. Melancolía, en esos momentos es lo que tenía. Todo había cambiado tan rápido. La lluvia no tardó en empaparme la capucha, y mojarme el pelo. Aun que eso tampoco es que me preocupara demasiado, es más, me gustaba.
Intenté entretenerme pensando en como esa mujer apresurada que se dirigía a la parada del bus, en un futuro podría una persona cercana en mi vida. O quizá ese hombre que paseaba al perro, podría salvarme la vida. El destino es imprevisible, ¿no? Solía hacer esto a menudo, imaginarme el futuro, pensando en cómo podrían cambiar las cosas de un día para otro.
En un visto y no visto, estaba enfrente de una cafetería, ni siquiera me había percatado de que ya llevaba andando más de una hora. Empujé la puerta, y el ambiente rural, y el olor a café me sedujo casi al instante.
-Buenos días.- dijo la camarera detrás de la barra.
-Hola.- respondí.-¿Me pone un café para llevar? Por favor y gracias.
-Enseguida. - respondió sonriente. En seguida se apresuró a hacer el café que le había pedido. No había demasiada gente en el cafetería, a pesar de que era pequeña.
Por fin una cara nueva.- pensó. Eso me hizo sonreír. ¿A caso todos los clientes que aparecían por aquí eran habituales? Tampoco me extrañaba pero, la posición del local y su ambiente eran perfectos, y desde luego, si el café sabía igual que olía, yo también sería cliente habitual.
Me lo sirvió, y se lo pagué con una sonrisa en la cara. Salí de la cafetería dándole un primer sorbo al café. La verdad es que estaba realmente bueno. En frente de allí, había una pequeña tienda de música, y en lo primero que me pude fijar, es en un piano de cola. La verdad es que no sé por qué me fijé tanto, pero me puse a andar para llegar a ella. Me dispuse a cruzar la carretera, y en milésimas de segundo los faros antiniebla de un coche casi me dejan ciego. No tuve tiempo de reaccionar si quiera. Este frenó en seco al verme, y yo vacilé con su capó, esquivándolo y derramando el café por el asfalto.
-¡Mierda! - grité mirando el café. Pronuncié esas palabras sin despegar la mano de mi pecho, y sin apenas moverme.
-¿Estás loco?- preguntó un hombre saliendo del coche y cerrando la puerta detrás de él. Ese hombre pensaba a gritos, y la verdad es que juraría que si fuera por él, me habría partido la cara ahí mismo.
-Estoy bien, gracias.- refunfuñé.
A parte de despistado y con pinta de drogado, estúpido.- pensó.
-No me vaciles.- me advirtió.- A ver cuando tienes más cuidado. Se mira antes de cruzar, ¿sabías, niñato?
Estaba dispuesto a responderle, a decirle cada uno de los pensamientos que se colaban en su cabeza sobre mi, decírselas y que saliera corriendo hacia su coche. Me encantaría haberlo visto con facciones de miedo en su cara. Pero un pensamiento me detuvo. No, no era de ese hombre. Pensamiento femenino, voz femenina. Provenía el coche.
No cambiarás nunca.
Ese hombre seguía gritando. Intenté concentrarme en los pensamientos de esa chica. Nada, silencio. No podía ser, la gente solía pensar más, no tanto como el conductor, pero si algo más. Silencio de nuevo. Me cabreaba no poder oír más esa voz. Miré de donde provenía. Lo faros de ese todo terreno me dejaban lo suficiente, como para solo ver una silueta mirando a la ventana. Más silencio. Otro pensamiento fuerte se coló en mi cabeza. Al fin pude volver a escucharla.
No puedo más.

martes, 21 de agosto de 2012

Recuerdos de la felicidad. Capítulo 5 - El primer día del resto de nuestra vida.

Durante aquella noche, Marc soltó todo su pasado,se desahogó y dejó de pedir perdón después de una hora sin parar de hacerlo. No es conveniente que lo sepáis todo ahora, demasiado pasado.
Tras irse los empleados con el camión de mudanzas vacío, mi hermano me prometió que, al menos él, no volvería a sacar el tema en esta casa, pero que no dudara en llamarle si yo lo necesitaba. Dejé que leyera mi último pensamiento antes de subir las escaleras; Lo dudo mucho.
-Simplemente, para que lo sepas. - me contestó. Le dirigí una última mirada acompañada de una sonrisa forzada antes de subir las escaleras. En llegar a lo que más adelante sería mi cuarto, vi que sólo tenía lo necesario; mis maletas y una cama. Arrastré mi cuerpo hacia la cama, sin importar si quiera que llevaba la ropa aún puesta, y me dormí como un niño a una hora punta. Eran las tres de la madrugada, y Marc acababa de terminar, por lo que podréis imaginar, mis pensamientos no me dejaban tranquilo, y por lo tanto, el pasado tampoco.
Desperté al día siguiente con una extraña sonrisa en la cara. Tampoco recordé el sueño que la provocó esa vez. Me senté en la cama, con la intención de recordarlo, pero nada, por mucho que controle mi cabeza, no aparecían imágenes. Sinceramente, tenía mucha curiosidad, desconocía por qué tanta, pero la tenía. Se lo preguntaría más tarde a mi hermano, con suerte se entretuvo a escucharme.
Bajé las escaleras con rapidez. Me asomé a la ventana que estaba al lado de la entrada. El coche no estaba.
- Genial.- murmuré.- ¿De verdad me ha dejado sólo el primer día? - dije hablando sólo mientras me dirigía a la cocina, estaba casi vacía, pero habíamos traído varias cosas para pasar al menos el primer día aquí. Cogí el cartón de leche,y bebí un poco a morro. Llamadlo manía. Al cerrar la nevera había una nota.
"Hermanito, estoy entregando tu solicitud para el instituto, después iré a la ciudad para ver si hay algún puesto de trabajo. Aprovecha este día para hacer el vago. Mañana te levantas a las seis."
-Espera, ¿qué?- arranqué la nota de la nevera para volver a releerla, sólo esperaba que se me hubieran formado otras palabras distintas. Por desgracia, no era así.- No, no, no.
En realidad, supongo que ya era la hora de empezar a ser yo. Un año sin pisar ningún pasillo de ningún instituto era más que razonable para que mi hermano me quisiera perder de vista. 
Vi que en la tostadora había pan recién tostado. Delicia, sí señor. La cogí después de vestirme. Agarré la tostada con la mano, y me la metí en la boca mientras inútilmente intentaba ponerme la chaqueta.
Cogí las llaves que se reposaban en una de las varias cajas que estaban en el recibidor, y abrí la puerta con la intención de explorar un poco por allí.
Toda historia empieza con unos primeros pasos,¿no? Y bueno, con un poco de lluvia.

lunes, 20 de agosto de 2012

Recuerdos de la felicidad. Capítulo 4. - Traición.


¿Por qué ahora? Marcos era inoportuno hasta cuando no intentaba serlo. ¿A caso era necesario hablarlo? ¿Qué necesidad tenía de remover mis sentimientos y mis recuerdos? ¿Por qué tenía que recordar ese accidente, esa traición? No me resultaba lógico. Otra pregunta me rondaba la cabeza, ¿qué les interesaría a los empleados del camión de mudanza a saber todo esto? Iban dejando caja y caja en el recibidor. Algún que otro mueble. Mañana llegaría el siguiente que traería todas nuestras pertenencias.
-Lo prometiste.- dije murmurando mientras me levantaba. Me encontré con la mirada de Marc, tan fríbola como siempre, aun que esta vez dejaba transmitir algo más. Desesperanza. Dolor. - Prometiste que aquí se olvidaría todo.
- Lo sé. - las palabras salían atropelladas de su boca. Él tampoco quería hablarlo. - Pero lo necesito. Lo necesitamos, Nathan. - se incorporó en el sofá. Se acomodó el pelo con las dos manos, en cierto modo, como señal de estrés. Me puse las manos en los bolsillos, esperé a que empezara, pero aún no estaba listo. Miró por varios segundos la chimenea, cuando bajó la mirada al suelo, empezó a hablar. En el fondo sabía que hacía falta desahogarse, pero no. No quería. Esta vez no, allí y en ese momento, no. Tal vez él lo hiciera, pero yo no tenía ninguna intención de hacerlo. - Desconozco cómo nos pasó esto. Desconozco como afectó a nuestro cerebro el accidente del que tú y yo, sin saber cómo, salimos vivos. Hemos dejado mucho por esto, Nathan. - se señaló la sien.- Todo empezó con esto.- Mi mirada se desvanecía en el fuego. Seguía de pie, con las manos en los bolsillos, oyendo los pasos de esos hombres que tenían mis cosas entre las manos, dejándolas en el suelo de aquel recibidor. Mis ojos no paraban de fijarse en ese fuego, que al igual que yo, era esta vez feroz e imparable. Esa noche mi hermano enterraría sus recuerdos ahí, y acabarían como las llamas que calentaban la habitación, en cenizas. - Intentamos ignorar esto por un tiempo, pero tenía catorce años, tenía la necesidad de contárselo a alguien que no fueras tú, de contárselo a alguien de confianza para no estar sólo. Y se lo conté al tío Adam. - Esta vez giré la cabeza para verle. Hizo una mueca de dolor mientras bajaba la cabeza de nuevo. Eso dolía. Vi como su mandíbula se tensaba fuerte. Comenzó a hablar otra vez.- Te pido perdón por eso. Te arrastré a ese error que tuve. Se lo conté sin necesidad alguna, y se lo conté absolutamente todo con pelos y señales cuando no era necesario. Confiaba en él y me falló. Me falló como nunca nadie me había fallado. 
- No te culpo por ello, Marc.- logré decir. Intenté que mi tono sonara pacífico y sincero, pero por mis palabras siempre se colaba un tono de odio. Odio a ese tema de conversación. Odio a esa etapa de nuestras vidas. Odio a Adam, que sólo me transmitía asco y traición.
-Pero yo sí.- dijo. Esas palabras llegaron a mis oídos como un zumbido insoportable. - Siempre lo he hecho. Porque después del accidente, siempre me culpé. ¿Por qué me empeñé en ir a visitar a Adam? ¿Por qué ese día logré convencer a mamá de hacerlo? ¿Por qué te obligué indirectamente a subir a ese coche con la edad de once años, condenándote así a esto? Me culpo por contarle a Adam que tú también formabas parte de este don, que para mi, es más bien una maldición. Nos vendió como si fuéramos juguetes y después...
-Después nos puso precio.- dije con odio.
-Perdón. - apareció uno de los hombres que transportaba las cosas del camión de mudanza. Lo miré. Supongo que intuyó que nuestra conversación no era agradable, porque se quedó mirándome con curiosidad, estaba perplejo.- ¿Dónde dejamos este sillón? - dijo señalándolo.
Me quiero ir a casa. -pensó otro de los hombres.
-Déjenlo por ahí. - comentó Marc.- Ya lo colocaremos mañana.
-Como usted mande.- dijo.
Como usted mande, señor me compro un sofá de piel porque tengo pasta.- pensó.
Marc formó una media luna en su boca. Ese tío no tenía ni idea de que podíamos abrir su mente como si fuera un libro.

domingo, 19 de agosto de 2012

Recuerdos de la felicidad. Capítulo 3. - Daños colaterales.


Admiré la forma en la que Marc agarró con fuerza el pomo de la puerta. Oí como en su mente se repetía la frase ; "Adiós recuerdos. Hola vida." Una ligera sonrisa de confianza empezó a dibujarse en su rostro. Llevaba unos segundos interminables fijando la mirada en el pomo de esa puerta, tenía una especie de lucha sentimental con los momentos que tendría sobre esta a partir de ahora. ¿Quién sabe si era un gran principio después de todo? Abrir esa puerta significaba, para ambos, entrar en una vida totalmente paralela a la que llevábamos acostumbrados desde hace 5 años atrás.
Finalmente, mi hermano apartó la mirada de ese pomo tan decisivo, para cerrar los ojos y suspirar, sin hacer desaparecer esa sonrisa. Acto seguido abrió la puerta, dejándose ver un gran recibidor y escaleras en espiral  que conducirían a las habitaciones de arriba. Deje en el aire una exclamación de asombro. La casa era increíble tanto por dentro como por fuera. Lo más importante; era una casa en la que sólo estaríamos mi hermano y yo, en la que podríamos dormir sin preocupación de qué hacer seguidamente de habernos levantado, dejando de lado experiencias y recuerdos de las que muy pocos eran buenos.
Sin saber si quiera cómo, ya había acabado de ver la casa entera, aun que me entretuve bastante en el increíble muelle con el que podía acceder por la puerta del jardín. Acabé en lo que sería más tarde, el salón principal, en el que sólo se encontraba amueblado un sofá de piel, situado enfrente de la gran chimenea, ahora encendida, y una lámpara sostenida por una caja de mudanza. 
Me agaché y elevé la nota de la caja con la mano; "Recuerdos familiares." Dejé caer la nota tal y como la había cogido más tarde, dejando que mis brazos se apoyaran en mis rodillas, mientras la cabeza me jugaba una mala pasada de recuerdos desgraciadamente inolvidables.
Esto era lo que no tenía que volver.- pensé.- Esto era lo que en esta casa se tenía que olvidar.
Oí como los pasos de mi hermano bajaban sin prisa los últimos escalones de la escalera. Al alzar la vista lo vi apoyado en el enorme marco que daba la bienvenida al salón color pastel. Su cabeza me informó de que era hora de hablar.
"Sólo por última vez, Nathan. Y lo enterraremos para siempre."

Recuerdos de la felicidad. Capítulo 2. - Pensamientos inevitables.


No había ser más oportuno en este mundo que mi queridísimo hermano Marcos.  Tenía que empezar a aceptar también lo que me molestara de él. Su bipolaridad, sus instintos cotillas y metomentodo, y como no, sus interrupciones constantes en mis pensamientos.
-Preciosa la manera en la que te metes en mi cabeza, Marc. – le contesté.
-Bien, por lo menos ya sabes por qué nunca te pregunto si probamos el juego de las adivinanzas.- En esos momentos, no me hacía ninguna gracia que se entrometiera. ¿Por qué no seguía durmiendo y me dejaba con mis pensamientos ilógicos? ¿Acaso no lo había hecho siempre que no le importaba, o él no tuviera respuesta machacante para ello?
- Que pensativo eres, Nathan.- y de nuevo ahí está. Mi mente gritaba que se fuera de allí, que volviera a recuperar el estado que tenía haría unos diez minutos, y que se durmiera todo lo que quedaba de viaje. No hizo caso alguno de esto.
- Tu mente es tan simple, y tan gritona. Que me es imposible no meterme en ella. – Contestó.- ¿O acaso no te crees que preferiría estar durmiendo a estar escuchando tus “tal vez”?- dijo con tono divertido. Aun que lo cierto es que en ese momento, no me hacía gracia alguna.
Lo único que me importaba era saber qué me depararía el futuro después de bajar de ese coche. Me daba igual si le aburría a mi burlón y estúpido hermano. Tendría que aguantarse y encargarse de mi. Por una vez en mi vida, iba a ser yo mismo, y a hacer las cosas bien.
Dos días de camino. Veinticuatro horas torturándome, pensando que sería de mi ahora. Posiblemente estaba montando un melodrama. "Vamos Nathan,cálmate", me dije sin éxito alguno. "Haz lo que te parezca, lo que necesites, pero piensa, y cálmate."
-Sí... Piensa.- interrumpió de nuevo Marc.- Piensa, que yo me entretenga.
El auténtico imbécil de mi hermano me estaba haciendo la espera cada vez más larga.
Apoyé la cabeza en el respaldo del asiento, con intención de volverlo loco con mis pensamientos hasta quedarme dormido como una marmota. Desde aquella perspectiva parecía que todo iba muy rápido, y en cierto modo no me equivocaba. Los árboles corrían, la carretera mareaba con sus curvas fatales. Mi hermano estaba cantando éxitos de la radio, mientras el taxista de alto coste y con cara de enfurruñado se limitaba a seguir la carretera, mientras pensaba en no cometer ningún error si quería propina. Más le convendría. Y así, siendo esclavo de los pensamientos que me invadían en aquel momento, conseguí mi propósito. Me dormí.
Dormí en sueño del que ni siquiera recuerdo. Tampoco me preocupaba mucho esto último. Si quería saberlo, sabía a quién preguntar. Miré a Marc unos segundos de reojo. Miraba a la ventana, pacífico. Incluso parecía que no quería destrozarme la vida. Aun que en cierto modo, no quería hacerlo, sólo hacerla un poco más estresante, y desde luego, lo conseguía.
-Eh, hermanito.- giré la cabeza hacia donde se encontraba Marc. Él miraba por la ventana, y señalaba con la mano un vecindario que había justo en frente. Me quedé sin habla. ¿Habíamos llegado ya? Los nervios y la tensión se apoderaron de mi. El taxista giró en dirección izquierda, y tras unos minutos, paró en frente de una casa color granate. Estaba claro que mi hermano no tenía ni pajotera idea de estilo se refiere, pero yo tampoco debería meterme en ese tema. Esta vez, sin embargo, no lo había hecho mal.
Marc salió del coche mucho más rápido que el taxista. Este lo único que quería era volver a su ciudad, por ello cogió las maletas lo más rápido que pudo, alargó la mano a Marc, quien le dió veinte dólares de propina, y tras esto, el taxista malhumorado se perdió de nuestra vista más pronto de lo que me esperaba. Yo tardé mucho más en bajar del coche. Cogí todo lo que podía, y arrastré las cosas con intención de entrar dentro. Marc me paró en la puerta. A pesar de todo se le veía entusiasmado, eufórico. Me consolaba saber que no sólo era yo, si no que él también estaba asustado. Lo sabía. Lo leía.
-¡Bienvenido a tu nueva vida señorito Wallace!

viernes, 1 de junio de 2012

Recuerdos de la felicidad. Capítulo 1. - El comienzo.

Hay comienzos difíciles que no nos gusta recordar. Sin embargo, son comienzos. Aun que a veces resulten desagradables e imposibles, nos enseñaron que sin ellos, no se llega a ninguna parte. Lo admito, no me agradan los comienzos, ya que siempre he pensado que los míos, iban dirigidos al fracaso.
No me equivocaba al decirlo.
El principio de una nueva vida para mí. Palabras que me resultaban difíciles de asimilar. El cambiar de vida completamente me trasmitía un miedo más superior a cualquier otro sentimiento que pudiera experimentar en ese momento.
Todo me parecía distinto ahora. Aquel puente, por el que sólo pasaba los veranos. El coche donde me encontraba, adaptaba ahora otro ambiente. Incluso mi hermano era distinto, aquel que nunca dormía en los viajes, por a saber qué razón, ahora estaba dormido desde hace ya una hora. Apoyado en el respaldo del asiento, con la cabeza bien alta y la boca abierta. Yo no podía permitirme ese lujo. O no podía, o no quería. Desconozco la razón.
La preocupación me invadía por completo. La idea de empezar de cero en un lugar completamente nuevo me provocaba una frustración y un desasosiego interior superior a mí. ¿Por qué iba a ser diferente esta vez? ¿Volvería a hacer daño a gente que no se lo merecía? ¿Me iría mejor? ¿Peor, quizá? Y si eso ocurría, ¿tendría que empezar otra vez? Las dudas invadían mi cabeza.
La carretera cada vez se hacía más larga. Estaba en un lugar desconocido, prácticamente en medio de la nada. Lo único que sonaba en ese momento eran los golpes que recibían las paredes del maletero por culpa de nuestro equipaje.
Miré hacia atrás. El camión de mudanza estaba justo detrás. Maldecía ese camión, y el conductor que lo manejaba, del que el único odio que le podía tener era el de llevar mis cosas a un sitio del cual no tenía ni idea. Miré hacia delante de nuevo. Tenía que empezar a asumirlo. Estaba creando una nueva vida. Aun que estaba claro que no sólo iba a ser eso. Iba a crearse un nuevo yo, uno totalmente distinto. Un nuevo yo que olvidaría el pasado y sería el mismo. Un nuevo yo que empezaría de cero.
-Una nueva oportunidad.- Me dije a mí mismo.
Tal vez sólo me quería convencer de que todo esto, aun que no lo pareciera ahora, era lo mejor. Tal vez estuviera loco. Tal vez mi cambio consistía en olvidar a mi antiguo yo, y darle la bienvenida al nuevo Nathan Wallace. Tal vez no. Tal vez estaba perdido para siempre, y lo único que me esperaba al bajar del coche sería una vida desinteresada para cualquiera.
Esos “tal vez” me estaban destrozando la existencia. Marc seguía dormido. Ese niño de 19 años podía ser el ser humano más estúpido e irracional que pudieras cruzarte por la calle, pero, ahora lo valoraba más que nunca. Sería la única persona en la que podría confiar.
Vi como una sonrisa transformaba su rostro.
-Oh, qué bonito Nathan.- dijo Marc contestando a mis pensamientos.- Yo también te aprecio, hermano. – abrió los ojos y formó una especie de media luna en la boca. Muy oportuno.