domingo, 19 de agosto de 2012

Recuerdos de la felicidad. Capítulo 3. - Daños colaterales.


Admiré la forma en la que Marc agarró con fuerza el pomo de la puerta. Oí como en su mente se repetía la frase ; "Adiós recuerdos. Hola vida." Una ligera sonrisa de confianza empezó a dibujarse en su rostro. Llevaba unos segundos interminables fijando la mirada en el pomo de esa puerta, tenía una especie de lucha sentimental con los momentos que tendría sobre esta a partir de ahora. ¿Quién sabe si era un gran principio después de todo? Abrir esa puerta significaba, para ambos, entrar en una vida totalmente paralela a la que llevábamos acostumbrados desde hace 5 años atrás.
Finalmente, mi hermano apartó la mirada de ese pomo tan decisivo, para cerrar los ojos y suspirar, sin hacer desaparecer esa sonrisa. Acto seguido abrió la puerta, dejándose ver un gran recibidor y escaleras en espiral  que conducirían a las habitaciones de arriba. Deje en el aire una exclamación de asombro. La casa era increíble tanto por dentro como por fuera. Lo más importante; era una casa en la que sólo estaríamos mi hermano y yo, en la que podríamos dormir sin preocupación de qué hacer seguidamente de habernos levantado, dejando de lado experiencias y recuerdos de las que muy pocos eran buenos.
Sin saber si quiera cómo, ya había acabado de ver la casa entera, aun que me entretuve bastante en el increíble muelle con el que podía acceder por la puerta del jardín. Acabé en lo que sería más tarde, el salón principal, en el que sólo se encontraba amueblado un sofá de piel, situado enfrente de la gran chimenea, ahora encendida, y una lámpara sostenida por una caja de mudanza. 
Me agaché y elevé la nota de la caja con la mano; "Recuerdos familiares." Dejé caer la nota tal y como la había cogido más tarde, dejando que mis brazos se apoyaran en mis rodillas, mientras la cabeza me jugaba una mala pasada de recuerdos desgraciadamente inolvidables.
Esto era lo que no tenía que volver.- pensé.- Esto era lo que en esta casa se tenía que olvidar.
Oí como los pasos de mi hermano bajaban sin prisa los últimos escalones de la escalera. Al alzar la vista lo vi apoyado en el enorme marco que daba la bienvenida al salón color pastel. Su cabeza me informó de que era hora de hablar.
"Sólo por última vez, Nathan. Y lo enterraremos para siempre."

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